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domingo, 29 de noviembre de 2009

Los buenos caballos siempre llenan hipódromos (TURFDIARIO)


Si hay una enseñanza que ratificó el último festival de la Breeders’ Cup en Santa Anita Park, California, es que los buenos caballos son una de las claves para salvar el deporte.

En rigor, no se descubrió América ni nada por el estilo. De hecho, es una teoría que desde estas páginas venimos sosteniendo casi desde nuestra creación.
El público de la hípica siempre está ahí, en las gateras, sólo aguarda motivos para largar y volver a su vieja -o nueva, en muchos casos- pasión. Uno pueden ser los espectáculos de alto vuelo en materia de calidad; otro los cracks, llamadores irreemplazable de una actividad que vivió de ellos y por ellos durante muchas décadas.

El turf de los Estados Unidos debe agradecerle mucho a Zenyatta y al matrimonio Moss, sus propietarios. Por ese equipo invencible fue que las apuestas, los rátings y la presencia de público en el hipódromo creció considerablemente hace menos de tres semanas.

Pero, por sobre todas las cosas, lo más importante tras la magnífica victoria de la hija de Street Cry en el Breeders’ Cup Classic (G1) fue que todo el mundo -los expertos, los no tanto y los neófitos- volvió a hablar de las carreras de caballos.
Parece casualidad, ¿o no lo habrá sido tanto? No faltaron quienes tras observar el fervor latino que destiló desde las tribunas colmadas de Santa Anita, no dudaron un segundo en hacer memoria y recurrir al nombre de Seabiscuit para trazar un paralelo.
Fue el caballo de la chaquetilla roja y blanca aquél que en medio de la crisis del ‘30 y en el mismo circo de Arcadia aportó júbilo y alegría a un pueblo, y dio el gran puntapié para el despegue de la hípica.

Ahora, cuando los terronazos de un problema económico similar siguen volando en los cielos del Norte, fue Zenyatta el motivo de delirio y felicidad.
Los agradecimientos para con la yegua no tardaron en llegar. La Oak Tree Racing Association anunció esta semana que desde 2010 el Lady’s Secret (G1) pasará a llamarse The Zenyatta. Una crack de los tiempos modernos, reemplaza a otra crack de la historia.

No son extrañas este tipo de actitudes por parte de los fríos estadounidenses, siempre dispuestos a reconocer a los caballos que ayudan el deporte, no como en otros países -léase Argentina- donde los cracks caen inexorablemente en el olvido o son recordados con pruebas de tercer o cuarto orden, casi como de compromiso.
Para que la historia de Zenyatta se hiciera realidad, el matrimonio Moss hizo su parte. Primero, por mantener a la yegua en entrenamiento durante 2009 cuando tranquilamente podrían haberla retirado con todos los honores después que el año último se impusiera en el Ladies’ Classic (G1).
Y, segundo, por asumir el riesgo de querer correr el Classic; por querar la gloria máxima y entrar en la historia. Por suerte, para ellos y para todos, el sueño se hizo realidad. Este, sin dudas, es uno de los argumentos que serán definitorios a la hora de votarla como Caballo del Año.

Táctica compleja aquí

Volviendo a los conceptos del comienzo, el turf puede aferrarse a los cracks para volver a tener el reconocimiento general con que alguna vez contó. La falta de público en las tribunas no sólo en los Estados Unidos es evidente. En Sudamérica, y más precisamente en la Argentina, está latente y se hace carne casi a diario.
El problema desde el punto de vista nuestro, es que la posibilidad de tener cracks a tiro se va escurriendo de las manos cada vez con mayor velocidad.

Zenyatta, Rachel Alexandra (Medaglia D’Oro) o Sea the Stars (Cape Cross) llenaron hipódromos por sí solos en 2009. Para el turf nacional, acceder a un caballo de semejantes aptitudes es imposible, por más que sea un eximio fabricante de estrellas.
Latency (Slew Gin Fizz) puede considerarse como el último ídolo de los aficionados. Life of Victory (Incurable Optimist), es otro ejemplo de respeto apenas más actual.
Si traer público con grandes caballos es una de las opciones para la hípica, la Argentina tendrá que seguir aferrándose a salvaciones fugaces y ajenas como las máquinas tragamonedas o los subsidios del Estado. Al menos que se trabaje al respecto.

Caballo bueno que surge aquí; caballo bueno que se sube al avión. Es más, ni siquiera hace falta ser bueno del todo. Un golpe de suerte o un triunfo en una carrera importante son motivo como para que desde el extranjero lleguen dólares que compren la ilusión.

Es impostergable hacer una aclaración a esta altura. No es una recriminación para con los propietarios; no hay opciones potables; vender es la salida con el sistema actual.

Quartier Latin (Orpen) y Storm Chispazo (Bernstein) son las exportaciones nuestras de moda. Casualmente, son propiedad de Juan Garat y sus socios y de los hermanos Santamarina, respectivamente, a los que no se les puede recriminar absolutamente nada.

Garat en más de una ocasión se negó a vender sus caballos para disfrutarlos e, indirectamente, dejarlos a la mano del público. Los Santamarina lo hicieron también con El Fanfante (Missionary).
“Estoy viejo y siempre quise ganar el Jockey Club y este caballo me va a cumplir el deseo. La plata no me cambiará la vida, ganar el Jockey Club sí”, se le escuchó por aquellos tiempos a Fernando, uno de los hermanos. Lamentablemente su deseo no se hizo realidad, pero la corajeada quedó estampada.
Si bien los premios de las carreras importantes se han incrementado de forma sustancial y la invención de torneos como el Coronación de Palermo ayudaron a que los propietarios tengan más dinero a disposición, no fue suficiente para que las ventas siguieran estando al tope del ránking de las salidas económicas positivas.
¿Cómo hacer entonces para que los buenos caballos permanezcan aunque sea una temporada entre nosotros y tener la posibilidad de que un crack atraiga al público?
Tarea difícil, sin dudas. Por empezar, resulta complicado de entender como San Isidro y Palermo no diagraman aún en conjunto un bono para el ganador de la Triple Corona o, incluso, extenderlo a la creación criolla llamada Cuádruple. Supongamos que el potrillo que la consiga se hace acreedor a 1.000.000 de pesos. ¿No sería una forma de hacer pensar dos veces a los propietarios?

Podrán argumentar que con plata ajena todos somos fenómenos, pero está comprobado que al ofrecer estas recomensas se está muy lejos de pagarlas. Por lo tanto, la erogación sería mucho menor prorrateada al cabo de varios años. También puede apelarse a los seguros, una forma que en el exterior siempre se tiene a la vista para este tipo de inventos o al auspicio de una empresa, como ocurrió con el caso de VISA en los Estados Unidos, cuya propaganda finalmente resultó gratis a lo largo de varios años, pues ningún caballo se llevó el bonus.

La idea de los torneos de Palermo puede hacerse extensiva a los tres hipódromos y organizar uno general, una vez diagramado como corresponde el calendario clásico, por supuesto.

La aparición de Zenyatta en los Estados Unidos hace posible volver a creer en que el turf sigue siendo tan convocante como siempre. Aquí será difícil tener una Zenyatta que haga por sí misma el trabajo, pero podrían buscarse los mecanismos para que la hípica argentina pueda disfrutar como tantas veces ocurrió de buenos caballos...Hoy por hoy, ya ni siquiera es posible tenerlos en su etapa de desarrollo.

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